miércoles, 16 de septiembre de 2015

“Shakespeare, el Antifilósofo”

“Shakespeare, el Antifilósofo”

Pero William Shakespeare escribe como un actor, piensa como un actor, y vive de la actuación. Con él y otros muchos colegas de su tiempo nace el teatro profesional. “The Globe”, “The Fortune”, “Blackfriars”, nombres de algunos teatros que se multiplicaron hasta que por cada milla de la ciudad de Londres se levantaba una sala de espectáculos en los que se representaba algún drama.”[1]

Fueron setenta y cinco años, de 1567 a 1642, en que hombres como Marlowe, Fletcher, Lodge, Watson, Peele, Nashe, Greene, y Shakespeare, inventaron el teatro profesional. Un recinto descubierto, en donde frente al escenario había una superficie de tierra de unos 170 metros cuadrados para espectadores de pie que pagaban un penique, rodeado por un hemiciclo de galerías de dos peniques para público de pie a resguardo de los cambios climáticos, y una segunda galería de tres peniques para quienes podían disfrutar de una butaca con almohadón. El pequeño número selecto, por lo general de la nobleza, estaba en un palco detrás del escenario, de espaldas al movimiento de los actores. No es de extrañar ya que no se trata de un espectáculo visual sino auditivo. Estamos ante una audiencia, mucho menos molesta por la lluvia que por las dificultades acústicas. No hay cambio de escenografía porque la escenografía es mínima, solo niveles, andamios, pasillos y escaleras” (…) “La obra, con una duración de tres o cuatro o cinco horas, se desarrolla sin pausas de acuerdo al ritmo y las fases de intensidad variada que dicta el texto, y toda la alegría visual está en el vestuario, que sí debe ser llamativo y que insume una buena parte de la inversión monetaria de la obra”[2]

La capacidad variaba entre dos mil y tres mil espectadores, casi todos los días de la semana, con un repertorio de unas veinte obras puestas en escena en la misma sala, El teatro fue uno de los primeros espacios democráticos de la modernidad en el que todas las clases sociales estaban presentes. Se calcula que en esos setenta y cinco años cincuenta millones de espectadores fueron al teatro en Londres.

Las representaciones se hacían a la tarde de 15 a 18 para no tener problemas con la iglesia por la misa de las 14. La gente llevaba alimentos como manzanas, nueces, bebían agua y cervezas, llegaban a increpar a los actores, arrojarles fruta, y sostenían cubículos o baldes para orinar, las mujeres los mantenían bajo sus faldas.

Prostitutas, lacayos, burgueses, carteristas, condes y duques, artesanos, todos acudían al teatro que competía con otros espectáculos callejeros como la lucha de osos y perros, los predicadores de la suerte y presentadores de sortilegios. El teatro pago reemplazará a la taberna, que fue el primer lugar de los poetas y de sus dramas, al patio de las cocherías, y para él, para el teatro, William escribía dos dramas por año”[3]

En Shakespeare hay pasión y deseo” (…) “La pasión no es un ente, es lo que no puede conceptualizarse porque se trata de una pasión en acción. El oxímoron que caracteriza a su teatro, si no es el teatro en general: cuerpos pasionales de una escritura en acción”[4]

Bradley compara a William con Empédocles por su extremismo metafísico. El sabio griego, describía el movimiento cósmico como el de un tensor extendido hasta el límite por dos fuerzas universales: el odio y el amor. Pero el crítico cree que el sentido de la obra es más humano, se trata de mostrar la grandeza en el dolor. Y por otro lado, dejar que el misterio no sea develado. Shakespeare no nos da una visión del ser del mundo, ni una clave para descifrar el absurdo de ciertos acontecimientos. El manto de la confusión y de la consternación desciende con el cortinado en el acto final”[5]

El crítico (Bradley) distingue la tragedia griega de la isabelina. Es uno de los temas que se repiten en los comentarios habituales sobre la obra shakesperiana. Entre los antiguos hay dioses y destino, pero en una tragedia como King Lear, hay responsabilidad. Es el mismo protagonista quien segrega el desenlace con cada uno de sus actos. Es su locura, su demonio interior, su delirio de grandeza, el que lo lleva a la hecatombe.

De todos modos, Bradley aventura darnos una idea general del mundo según Shakespeare. Se presenta como un universo de leyes inexorables. Las acciones producen consecuencias inevitables. Hay leyes. Causalidades irrebatibles. Una mecánica que obliga a los hombres a actuar de determinado modo y los conduce hasta el desenlace final. Con el agregado de que este mundo mecanicista no admite reciprocidad. No es simétrico. Lo que quiere decir que no es justo. Al menos no al respecto de la justicia moral que calma la conciencia; en todo caso, si hay justicia, es la de una que es impersonal, atea, cruel, insensata.”[6]

Kott sostiene que la obra King Lear está vacía de personajes. Es un teatro anti ilusionista. No quiere parecer verdadero. Su poder corrosivo está en el artificio hiperbólico. En la exageración. En la pantomima y en la mueca. Su escenografía no necesita de decorados realistas. Un bosque es un pedazo de cartón con forma de árbol en manos de un extra. La tormenta ensordecedora es un tambor percutido por un niño. Todo a la vista. Mueca, pose, facha. El teatro shakesperiano emerge una vez desintegradas las moralidades del medioevo y el prolijo espectáculo del renacimiento italiano.”[7]

(…) lo que hay que poner en funcionamiento es el oído antes que el ojo. Además, debemos recordar una vez más, que los espectadores londinenses del siglo XVII iban al teatro como a una feria. No se sentaban a ver un actor representando a Hamlet, sino a una especie de marginal social proveniente de los patios de las tabernas. Disfrazado de príncipe que debía vengar a su padre, o travestido en una adolescente enamorada en la ciudad de Verona”[8]

(…)los celos, la envidia, la adulación, la codicia, la megalomanía, la locura de amor, la lealtad…pasiones…aquello que no es sólo verdad sino exceso. De eso hablan los trágicos griegos, y de los mismo nos habla Shakespeare, con el agregado de que el inglés lo mezcla con la farsa. Esta característica da un material para ser reinventado siempre. Es universal. No porque sus expresiones no varíen, cambian todo el tiempo, pero entendemos dolores y placeres cuando son extremos. El poder y el deseo, estas dos entelequias insisten en la obra shakesperiana”[9]




[1] Abraham, Tomás. (2014). Shakespeare, el antifilosofo. Buenos aires: Sudamericana. pp 36, 37
[2] Ídem 43 pp (37, 38)
[3] Abraham, Tomás. (2014). Shakespeare, el antifilosofo. Buenos aires: Sudamericana. p 39
[4] Ídem 45 p 40
[5] Abraham, Tomás. (2014). Shakespeare, el antifilosofo. Buenos aires: Sudamericana. p66
[6] Ídem p (66, 67)
[7] Abraham, Tomás. (2014). Shakespeare, el antifilosofo. Buenos aires: Sudamericana. p 79
[8] Ídem 49 p 142
[9] Ídem 50 152

No hay comentarios:

Publicar un comentario