“Shakespeare, el Antifilósofo”
“Pero William
Shakespeare escribe como un actor, piensa como un actor, y vive de la
actuación. Con él y otros muchos colegas de su tiempo nace el teatro
profesional. “The Globe”, “The Fortune”, “Blackfriars”, nombres de algunos
teatros que se multiplicaron hasta que por cada milla de la ciudad de Londres
se levantaba una sala de espectáculos en los que se representaba algún drama.”[1]
“Fueron setenta
y cinco años, de 1567 a 1642, en que hombres como Marlowe, Fletcher, Lodge,
Watson, Peele, Nashe, Greene, y Shakespeare, inventaron el teatro profesional.
Un recinto descubierto, en donde frente al escenario había una superficie de
tierra de unos 170 metros cuadrados para espectadores de pie que pagaban un
penique, rodeado por un hemiciclo de galerías de dos peniques para público de
pie a resguardo de los cambios climáticos, y una segunda galería de tres
peniques para quienes podían disfrutar de una butaca con almohadón. El pequeño
número selecto, por lo general de la nobleza, estaba en un palco detrás del
escenario, de espaldas al movimiento de los actores. No es de extrañar ya que
no se trata de un espectáculo visual sino auditivo. Estamos ante una audiencia,
mucho menos molesta por la lluvia que por las dificultades acústicas. No hay
cambio de escenografía porque la escenografía es mínima, solo niveles, andamios,
pasillos y escaleras” (…) “La obra, con una duración de tres o cuatro o cinco
horas, se desarrolla sin pausas de acuerdo al ritmo y las fases de intensidad
variada que dicta el texto, y toda la alegría visual está en el vestuario, que
sí debe ser llamativo y que insume una buena parte de la inversión monetaria de
la obra”[2]
“La capacidad
variaba entre dos mil y tres mil espectadores, casi todos los días de la
semana, con un repertorio de unas veinte obras puestas en escena en la misma
sala, El teatro fue uno de los primeros espacios democráticos de la modernidad
en el que todas las clases sociales estaban presentes. Se calcula que en esos
setenta y cinco años cincuenta millones de espectadores fueron al teatro en
Londres.
“Las
representaciones se hacían a la tarde de 15 a 18 para no tener problemas con la
iglesia por la misa de las 14. La gente llevaba alimentos como manzanas,
nueces, bebían agua y cervezas, llegaban a increpar a los actores, arrojarles
fruta, y sostenían cubículos o baldes para orinar, las mujeres los mantenían
bajo sus faldas.
“Prostitutas,
lacayos, burgueses, carteristas, condes y duques, artesanos, todos acudían al
teatro que competía con otros espectáculos callejeros como la lucha de osos y
perros, los predicadores de la suerte y presentadores de sortilegios. El teatro
pago reemplazará a la taberna, que fue el primer lugar de los poetas y de sus
dramas, al patio de las cocherías, y para él, para el teatro, William escribía
dos dramas por año”[3]
“En Shakespeare
hay pasión y deseo” (…) “La pasión no es un ente, es lo que no puede
conceptualizarse porque se trata de una pasión en acción. El oxímoron que
caracteriza a su teatro, si no es el teatro en general: cuerpos pasionales de
una escritura en acción”[4]
“Bradley
compara a William con Empédocles por su extremismo metafísico. El sabio griego,
describía el movimiento cósmico como el de un tensor extendido hasta el límite
por dos fuerzas universales: el odio y el amor. Pero el crítico cree que el
sentido de la obra es más humano, se trata de mostrar la grandeza en el dolor.
Y por otro lado, dejar que el misterio no sea develado. Shakespeare no nos da
una visión del ser del mundo, ni una clave para descifrar el absurdo de ciertos
acontecimientos. El manto de la confusión y de la consternación desciende con
el cortinado en el acto final”[5]
“El crítico
(Bradley) distingue la tragedia griega de la isabelina. Es uno de los temas que
se repiten en los comentarios habituales sobre la obra shakesperiana. Entre los
antiguos hay dioses y destino, pero en una tragedia como King Lear, hay
responsabilidad. Es el mismo protagonista quien segrega el desenlace con cada
uno de sus actos. Es su locura, su demonio interior, su delirio de grandeza, el
que lo lleva a la hecatombe.
De todos
modos, Bradley aventura darnos una idea general del mundo según Shakespeare. Se
presenta como un universo de leyes inexorables. Las acciones producen
consecuencias inevitables. Hay leyes. Causalidades irrebatibles. Una mecánica
que obliga a los hombres a actuar de determinado modo y los conduce hasta el
desenlace final. Con el agregado de que este mundo mecanicista no admite
reciprocidad. No es simétrico. Lo que quiere decir que no es justo. Al menos no
al respecto de la justicia moral que calma la conciencia; en todo caso, si hay
justicia, es la de una que es impersonal, atea, cruel, insensata.”[6]
“Kott sostiene
que la obra King Lear está vacía de personajes. Es un teatro anti ilusionista.
No quiere parecer verdadero. Su poder corrosivo está en el artificio
hiperbólico. En la exageración. En la pantomima y en la mueca. Su escenografía
no necesita de decorados realistas. Un bosque es un pedazo de cartón con forma
de árbol en manos de un extra. La tormenta ensordecedora es un tambor percutido
por un niño. Todo a la vista. Mueca, pose, facha. El teatro shakesperiano
emerge una vez desintegradas las moralidades del medioevo y el prolijo
espectáculo del renacimiento italiano.”[7]
“(…) lo que hay
que poner en funcionamiento es el oído antes que el ojo. Además, debemos
recordar una vez más, que los espectadores londinenses del siglo XVII iban al
teatro como a una feria. No se sentaban a ver un actor representando a Hamlet,
sino a una especie de marginal social proveniente de los patios de las
tabernas. Disfrazado de príncipe que debía vengar a su padre, o travestido en
una adolescente enamorada en la ciudad de Verona”[8]
“(…)los celos,
la envidia, la adulación, la codicia, la megalomanía, la locura de amor, la
lealtad…pasiones…aquello que no es sólo verdad sino exceso. De eso hablan los
trágicos griegos, y de los mismo nos habla Shakespeare, con el agregado de que
el inglés lo mezcla con la farsa. Esta característica da un material para ser
reinventado siempre. Es universal. No porque sus expresiones no varíen, cambian
todo el tiempo, pero entendemos dolores y placeres cuando son extremos. El
poder y el deseo, estas dos entelequias insisten en la obra shakesperiana”[9]
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