miércoles, 19 de agosto de 2015

Antonio y Cleopatra

Fuente: Citas extraídas de "Que se ahogue Roma en el Tíber" en Apuntes sobre Shakespeare,      Jan Kott


Los personajes shakespereanos, a única excepción tal vez de Hamlet, constituyen un enigma y una sorpresa para sí mismos. A los héroes de Shakespeare los desgarran las pasiones, pero este desgarramiento es diferente del de Racine. El mundo lo abruma con su presencia; los pone al pie del muro, siempre, continuamente, desde la primera hasta la última escena. También ellos pueden elegir, pero lo hacen a través de sus acciones. Están empapados, de pies a cabeza, en lo concreto. El tema de Antonio y Cleopatra es raciniano; la dignidad y el amor no pueden compaginarse con la lucha por el poder, o sea con la materia misma de la historia. Pero aquí, ni el mundo ni la lucha por el poder son una abstracción. Los héroes se agitan como unas fieras enjauladas. La jaula va estrechándose y la agitación aumenta.

Antonio se arranca de Cleopatra, vuelve a Roma, concluye un matrimonio de conveniencia; lucha, pero no consigo mismo; lucha por la dominación del mundo. Luego va otra vez a Egipto, sufre una derrota, está vencido. Cleopatra quiere retener a Antonio y conservar Egipto para ella. Calcula todas las probabilidades, prueba todas las posibilidades, es valiente y cobarde, fiel y pronta para la traición cuando debe, cuando puede venderse al nuevo César y salvar el reino. En el mundo shakespereano, ni siquiera los monarcas tienen libertad de opción; la historia no es una idea abstracta, sino una práctica, un mecanismo. Cleopatra pierde, lo mismo que Antonio; pierde, no contra su pasión, sino como reina. Sólo le cabe convertirse en presa del nuevo César y tomar parte, como principal atracción, en su triunfo.



Cleopatra podría quedarse con Antonio. Pero Cleopatra ama a aquel Antonio que era uno de los amos del mundo, un capitán invencible. Antonio vencido, Antonio derrotado, ya no es Antonio. Antonio podría quedarse con Cleopatra, pero Antonio ama a aquella Cleopatra que era deidad del Nilo. Cleopatra convertida en esclava del César, la que hace sensación en las calles de Roma, ya no es Cleopatra. Es después de la derrota cuando Antonio y Cleopatra toman su decisión suprema. Una decisión que, en Racine, serviría por sí sola de tema para los cinco actos de la tragedia. En Shakespeare, es una decisión impuesta. Pero la decisión impuesta no resta grandeza a los héroes. Antonio y Cleopatra alcanzan la grandeza de su amor: ahora son ellos lo que juzgan el mundo. Al final, vuelve el tema de la exposición. La tierra y el cielo son demasiado pequeños para el amor.

En Ricardo III, todo un reino resultó ser menos valioso que un caballo. Un caballo veloz puede salvar una vida. Antonio y Cleopatra no quieren ni tienen adónde huir. “Los reinos no son más que polvo”. Estos dos grandes dramas son el enjuiciamiento del poder y de los que lo detentan. ¡Hasta el fin! Cuando en Racine un héroe se mata, termina la tragedia y al mismo tiempo dejan de existir el mundo y la historia. De hecho, no existían desde el principio. Cuando Antonio y Cleopatra se matan, la tragedia se termina, pero el mundo y la historia siguen existiendo. Es Octavio el vencedor del triunvirato de los muertos, el futuro César Augusto, quien pronuncia la oración fúnebre sobre los cadáveres de Antonio y Cleopatra. Una oración muy parecida fue pronunciada por Fortinbras sobre los restos mortales de Hamlet. Está hablando aún, pero el escenario ha quedado vacío. Todos los grandes se fueron. Y el mundo se vuelve monótono y gris.”[1]




[1] Kott, Jan. (2007). Que se ahogue Roma en el Tíber. En Apuntes sobre Shakespeare (82,83). España: Alba.

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